viernes, 11 de junio de 2010

Obras teatrales




A continuación les exponemos las obras teatrales que se representan en nuestros teatros:

Siglo de Oro: La vida es sueño
Reproducimos aquí las escenas I y II del primer acto de "La vida es sueño". Tal vez sean los más conocidos y sin duda un estímulo para conocer la obra en su totalidad.
Jornada I, escena I
Rosaura
Hipógrifo violento
que corriste parejas con el viento,
¿dónde, rayo sin llama,
pájaro sin matiz, pez sin escama,
y bruto sin instinto
natural, al confuso laberinto
desas desnudas peñas
te desbocas, te arrastras y despeñas?
Quédate en este monte
donde tengan los brutos su Faetonte;
que yo, sin más camino
que el que me dan las leyes del destino,
ciega y desesperada
bajaré la cabeza enmarañada
deste monte eminente
que arruga el sol el ceño de su frente.
Mal, Polonia, recibes
a un extranjero, pues con sangre escribes
su entrada en tus arenas,
y apenas llega, cuando llega a penas.
Bien mi suerte lo dice;
mas, ¿dónde halló piedad un infelice?
Faetonte: Faetón, hijo del Sol, que robó el carro de caballos de su padre, desoló el mundo y fue destruído por un rayo de Zeus.
Jornada I, escena II.
Segismundo
¡Ay mísero de mí! ¡Ay infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosostros naciendo;
aunque, sí nací, ya entiendo
qué delito he cometido:
bastante causa he tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber,
para apurar mis desvelos,
(dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer),
¿qué más os puede ofender,
para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
que yo no gocé jamás?
Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma:
y teniendo yo más alma
¿tengo menos libertad?
Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
gracias al docto pincel
cuando atrevido y cruel,
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto:
¿y yo con mejor instinto
tengo menos libertad?
Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas bajel de escamas
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío:
¿y yo con más albedrío
tengo menos libertad?
Nace el arrollo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas, sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le da la majestad
del campo abierto a su huída:
y teniendo yo más vida
¿tengo menos libertad?
En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera arrancar del pecho
pedazos del corazón:
¿qué ley, justicia o razón
negar a los hombres sabe
privilegio tan süave
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?


Siglo XIX: Don Juan Tenorio

ESCENA III

Doña Inés, Brígida

BRÍGIDA: Voy a cerrar esta puerta.

DOÑA INÉS: Hay orden de que esté abierta.

BRÍGIDA: Eso es muy bueno y muy santo

para las otras novicias

que han de consagrarse a Dios,

no, doña Inés, para vos.

DOÑA INÉS: Brigida, ¿no ves que vicias

las reglas del monasterio

que no permiten...?

BRÍGIDA: ¡Bah!, ¡bah!

Más seguro así se está,

y así se habla sin misterio

ni estorbos. ¿Habéis mirado

el libro que os he traído?

DOÑA INÉS: ¡Ay!, se me había olvidado.

BRÍGIDA: ¡Pues me hace gracia el olvido!

DOÑA INÉS: ¡Como la madre abadesa

se entró aquí inmediatamente!

BRÍGIDA: ¡Vieja más impertinente!

DOÑA INÉS: ¿Pues tanto el libro interesa?

BRÍGIDA: ¡Vaya si interesa! Mucho.

¡Pues quedó con poco afán

el infeliz!

DOÑA INÉS: ¿Quién?

BRÍGIDA: Don Juan.

DOÑA INÉS: ¿Válgame el cielo! ¡Qué escucho!

Es don Juan quien me le envía.

BRÍGIDA: Por supuesto.

DOÑA INÉS: ¡Oh! Yo no debo

tomarle.

BRÍGIDA: ¡Pobre mancebo!

Desairarle así, sería

matarle.

DOÑA INÉS: ¿Qué estás diciendo?

BRÍGIDA: Si ese horario no tomáis,

tal pesadumbre le dais

que va a enfermar: lo estoy viendo

DOÑA INÉS: ¡Ah! No, no; de esa manera

le tomaré.

BRÍGIDA: Bien haréis.

DOÑA INÉS: ¡Y qué bonito es!

BRÍGIDA: Ya veis;

quien quiere agradar se esmera.

DOÑA INÉS: Con sus manecillas de oro.

¡Y cuidado que está prieto!

A ver, a ver si completo

contiene el rezo del coro.

(Le abre, y cae una carta de entre sus hojas.)

Mas ¿qué cayó?

BRÍGIDA: Un papelito.

DOÑA INÉS: ¡Una carta!

BRÍGIDA: Claro está;

en esa carta os vendrá

ofreciendo el regalito.

DOÑA INÉS: ¡Qué! ¿Será suyo el papel?

BRÍGIDA: ¡Vaya, que sois inocente!

Pues que os feria, es consiguiente

que la carta será de él.

DOÑA INÉS: ¡Ay, Jesús!

BRÍGIDA: ¿Qué es lo que os da?

DOÑA INÉS: Nada, Brigida, no es nada.

BRÍGIDA: No, no; si estáis inmutada.

(Ya presa en la red está.)

¿Se os pasa?

DOÑA INÉS: Sí.

BRÍGIDA: Eso habrá sido

cualquier mareíllo vano.

DOÑA INÉS: ¡Ay! Se me abrasa la mano

con que el papel he cogido.

BRÍGIDA: Doña Inés, ¡válgame Dios!,

jamás os he visto así:

estáis trémula.

DOÑA INÉS: ¡Ay de mí!

BRÍGIDA: ¿Qué es lo que pasa por vos?

DOÑA INÉS: No sé... El campo de mi mente

siento que cruzan perdidas

mil sombras desconocidas

que me inquietan vagamente

y ha tiempo al alma me dan

con su agitación tortura.

BRÍGIDA: ¿Tiene alguna por ventura

el semblante de don Juan?

DOÑA INÉS: No sé: desde que le vi,

Brígida mía, y su nombre

me dijiste, tengo a ese hombre

siempre delante de mí.

Por doquiera me distraigo

con su agradable recuerdo,

y si un instante le pierdo,

en su recuerdo recaigo.

No sé qué fascinación

en mis sentidos ejerce,

que siempre hacia él se me tuerce

la mente y el corazón:

y aquí y en el oratorio

y en todas partes advierto

que el pensamiento divierto

con la imagen de Tenorio.

BRÍGIDA: ¡Válgame Dios! Doña Inés,

según lo vais explicando,

tentaciones me van dando

de creer que eso amor es.

DOÑA INÉS: ¡Amor has dicho!

BRÍGIDA: Sí, amor.

DOÑA INÉS: No, de ninguna manera.

BRÍGIDA: Pues por amor lo entendiera

el menos entendedor;

mas vamos la carta a ver.

BRÍGIDA: Pues por amor lo entendiera

el menos entendedor;

mas vamos la carta a ver.

¿En qué os paráis? ¿Un suspiro?

DOÑA INÉS: ¡Ay! Que cuanto más la miro,

menos me atrevo a leer.

(Lee.)

"Doña Inés del alma mía."

¡Virgen Santa, qué principio!

BRÍGIDA: Vendrá en verso, y será un ripio

que traerá la poesía.

Vamos, seguid adelante.

DOÑA INÉS: (Lee.)

"Luz de donde el sol la toma,

hermosísima paloma

privada de libertad,

si os dignáis por estas letras

pasar vuestros lindos ojos,

no los tornéis con enojos

sin concluir, acabad."

BRÍGIDA: ¡Qué humildad! ¡Y qué finura!

¿Dónde hay mayor rendimiento?

DOÑA INÉS: Brigida, no sé qué siento.

BRÍGIDA: Seguid, seguid la lectura.

DOÑA INÉS: (Lee)

"Nuestros padres de consuno

nuestras bodas acordaron,

porque los cielos juntaron

los destinos de los dos.

Y halagado desde entonces

con tan risueña esperanza,

mi alma, doña Inés, no alcanza

otro porvenir que vos.

De amor con ella en mi pecho

brotó una chispa ligera,

que han convertido en hoguera

tiempo y afición tenaz:

y esta llama que en mí mismo

se alimenta inextinguible,

cada día más terrible

va creciendo y más voraz..,

BRÍGIDA: Es claro; esperar le hicieron

en vuestro amor algún día,

y hondas raíces tenía

cuando a arrancársele fueron.

Seguid.

DOÑA INÉS: (Lee.) "En vano a apagarla

concurren tiempo y ausencia,

que doblando su violencia

no hoguera ya, volcán es.

Y yo, que en medio del cráter

desamparado batallo,

suspendido en él me hallo

entre mi tumba y mi Inés."

BRÍGIDA: ¿Lo veis, Inés? Si ese horario

le despreciáis, al instante

le preparan el sudario.

DOÑA INÉS: Yo desfallezco.

BRÍGIDA: Adelante.

DOÑA INÉS: (Lee.)

"Inés, alma de mi alma,

perpetuo imán de mi vida,

perla sin concha escondida

entre las algas del mar;

garza que nunca del nido

tender osastes el vuelo,

el diáfano azul del cielo

para aprender a cruzar;

si es que a través de esos muros

el mundo apenada miras,

y por el mundo suspiras

de libertad con afán,

acuérdate que al pie mismo

de esos muros que te guardan,

para salvarte te aguardan

los brazos de tu don Juan."

(Representa.)

¿Qué es lo que me pasa, ¡cielo!,

que me estoy viendo morir?

BRÍGIDA: ¡Ya tragó todo el anzuelo.

Vamos, que está al concluir.

DOÑA INÉS: (Lee.)

"Acuérdate de quien llora

al pie de tu celosía,

y allí le sorprende el día

y le halla la noche allí;

acuérdate de quien vive

sólo por ti, ¡vida mía!,

y que a tus pies volaría

si me llamaras a ti."

BRÍGIDA: ¿Lo veis? Vendría.

DOÑA INÉS: ¡Vendría!

BRÍGIDA: A postrarse a vuestros pies.

DOÑA INÉS: ¿Puede?

BRÍGIDA: ¡Oh, sí!

DOÑA INÉS: ¡Virgen María!

BRÍGIDA: Pero acabad, doña Inés.

DOÑA INÉS: (Lee.)

"Adiós, ¡oh luz de mis ojos!

Adiós, Inés de mi alma:

medita, por Dios, en calma

las palabras que aquí van;

y si odias esa clausura,

que ser tu sepulcro debe;

manda, que a todo se atreve

por tu hermosura don Juan."

(Representa doña Inés.)

¡Ay! ¿Qué filtro envenenado

me dan en este papel,

que el corazón desgarrado

me estoy sintiendo con él?

¿Qué sentimientos dormidos

son los que revela en mí?

¿Qué impulsos jamás sentidos?

¿Qué luz, que hasta hoy nunca vi?

¿Qué es lo que engendra en mi alma

tan nuevo y profundo afán?

¿Quién roba la dulce calma

de mi corazón?

BRÍGIDA: Don Juan.

DOÑA INÉS: ¿Don Juan dices...? Conque ese hombre

me ha de seguir por doquier?

¿Sólo he de escuchar su nombre?

¿ Sólo su sombra he de ver?

¡Ah! Bien dice: juntó el cielo

los destinos de los dos,

y en mi alma engendró este anhelo

fatal.

BRÍGIDA: ¡Silencio, por Dios!

(Se oyen dar las ánimas.)

DOÑA INÉS: ¿Qué?

BRÍGIDA: ¡Silencio!

DOÑA INÉS: Me estremeces.

BRÍGIDA: ¿Oís, doña Inés, tocar?

DOÑA INÉS: Sí, lo mismo que otras veces

las ánimas oigo dar.

BRÍGIDA: ¡Pues no habléis de él.

Cielo santo!

DOÑA INÉS: ¿De quién?

BRÍGIDA: ¿De quién ha de ser?

De ese don Juan que amáis tanto,

porque puede aparecer.

DOÑA INÉS: ¡Me amedrentas! ¿Puede ese hombre

llegar hasta aquí?

BRÍGIDA: Quizá.

Porque el eco de su nombre

tal vez llega adonde está.

DOÑA INÉS: ¡Cielos! ¿Y podrá...?

BRÍGIDA: ¿Quién sabe?

DOÑA INÉS: ¿Es un espíritu, pues?

BRÍGIDA: No, mas si tiene una llave...

DOÑA INÉS: ¡Dios!

BRÍGIDA: Silencio, doña Inés:

¿No oís pasos?

DOÑA INÉS: ¡Ay! Ahora

nada oigo.

BRÍGIDA: Las nueve dan.

Suben... se acercan... Señora...

Ya está aquí.

DOÑA INÉS: ¿Quién?

BRÍGIDA: Él.

DOÑA INÉS: ¡Don Juan!



Siglo XX: Luces de Bohemia


Esta obra, publicada en 1920 es una denuncia de la sociedad de la época. Nos describe las andanzas de Max Estrella, poeta ciego, que recorre la ciudad y va plasmando la crueldad y la miseria que se encuentra.

ESCENA UNDÉCIMA
Una calle del Madrid austriaco. Las tapias de un convento. Un casón de nobles. Las luces de una taberna. Un grupo consternado de vecinas, en la acera. Una mujer, despechugada y ronca, tiene en los brazos a su niño muerto, la sien traspasada por el agujero de una bala. MAX ESTRELLA y DON LATINO hacen un alto.
MAX: También aquí se pisan cristales rotos.
DON LATINO: ¡La zurra ha sido buena!
MAX: ¡Canallas!... ¡Todos!... ¡Y los primeros nosotros, los poetas!
DON LATINO: ¡Se vive de milagro!
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Maricas, cobardes! ¡El fuego del Infierno os abrase las
negras entrañas! ¡Maricas, cobardes!
MAX: ¿Qué sucede, Latino? ¿Quién llora? ¿Quién grita con tal rabia?
DON LATINO: Una verdulera, que tiene a su chico muerto en los brazos.
MAX: ¡Me ha estremecido esa voz trágica!
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Sicarios! ¡Asesinos de criaturas!
EL EMPEÑISTA: Está con algún trastorno, y no mide palabras.
EL GUARDIA: La autoridad también se hace el cargo.
EL TABERNERO: Son desgracias inevitables para el restablecimiento del orden.
EL EMPEÑISTA: Las turbas anárquicas me han destrozado el escaparate.
LA PORTERA: ¿Cómo no anduvo usted más vivo en echar los cierres?
EL EMPEÑISTA: Me tomó el tumulto fuera de casa. Supongo que se acordará el pago de daños a la propiedad privada.
EL TABERNERO: El pueblo que roba en los establecimientos públicos, donde se le abastece, es un pueblo sin ideales patrios.
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Verdugos del hijo de mis entrañas!
UN ALBAÑIL: El pueblo tiene hambre.
EL EMPEÑISTA: Y mucha soberbia.
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Maricas, cobardes!
UNA VIEJA: ¡Ten prudencia, Romualda!
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Que me maten como a este rosal de Mayo!
LA TRAPERA: ¡Un inocente sin culpa! ¡Hay que considerarlo!
EL TABERNERO: Siempre saldréis diciendo que no hubo los toques de ordenanza.
EL RETIRADO: Yo los he oído.
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Mentira!
EL RETIRADO: Mi palabra es sagrada.
EL EMPEÑISTA: El dolor te enloquece, Romualda.
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Asesinos! ¡Veros es ver al verdugo!
EL RETIRADO: El Principio de Autoridad es inexorable.
EL ALBAÑIL: Con los pobres. Se ha matado, por defender al comercio, que nos chupa la sangre.
EL TABERNERO: Y que paga sus contribuciones, no hay que olvidarlo.
EL EMPEÑISTA: El comercio honrado no chupa la sangre de nadie.
LA PORTERA: ¡Nos quejamos de vicio!
EL ALBAÑIL: La vida del proletario no representa nada para el Gobierno.
MAX: Latino, sácame de, este círculo infernal.
Llega un tableteo de fusilada. El grupo se mueve en confusa y medrosa alerta. Descuella el grito ronco de la mujer, que al ruido de las descargas aprieta a su niño muerto en los brazos.
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Negros fusiles, matadme también con vuestros plomos!
MAX: Esa voz me traspasa.
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Que tan fría, boca de nardo!
MAX: ¡Jamás oí voz con esa cólera trágica!
DON LATINO: Hay mucho de teatro.
MAX: ¡Imbécil!
El farol, el chuzo, la caperuza del sereno, bajan con un trote de madreñas por la acera.
EL EMPEÑISTA: ¿Qué ha sido, sereno?
EL SERENO: Un preso que ha intentado fugarse.
MAX: Latino, ya no puedo gritar... ¡Me muero de rabia!... Estoy mascando ortigas. Ese muerto sabía su fin... No le asustaba, pero temía el tormento... La Leyenda Negra, en estos días menguados, es la Historia de España. Nuestra vida es un círculo dantesco. Rabia y vergüenza. Me muero de hambre, satisfecho de no haber llevado una triste velilla en la trágica mojiganga. ¿Has oído los comentarios de esa gente, viejo canalla? Tú eres como ellos. Peor que ellos, porque no tienes una peseta y propagas la mala literatura, por entregas. Latino, vil corredor de aventuras insulsas, llévame al Viaducto. Te invito a regenerarte con un vuelo.
DON LATINO: ¡Max, no te pongas estupendo!

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